La onicofagia, el hábito de morderse las uñas, es una práctica común que puede parecer inofensiva, pero sus efectos trascienden lo estético, afectando tanto la salud dental como la general. El término proviene del griego: onyx (uña) y phagia (comer). Este hábito suele estar asociado al estrés, la ansiedad o el aburrimiento y puede volverse un reflejo automático difícil de controlar.
En el ámbito dental, la onicofagia tiene un impacto significativo, especialmente en los dientes frontales, que son los más afectados por el contacto constante con las uñas. Entre las principales consecuencias destaca el desgaste del esmalte, el cual debilita la estructura dental y puede hacer que los dientes sean más vulnerables a fracturas y sensibilidad. También es común que este hábito afecte la posición dental, particularmente en personas con ortodoncia, ya que puede generar movimientos indeseados o incluso reabsorción radicular, un proceso en el que se acorta la raíz de los dientes, comprometiendo su estabilidad.
La práctica de morderse las uñas también expone a la cavidad bucal a una gran cantidad de microorganismos. La suciedad acumulada en las uñas, incluso si no es visible, puede introducir bacterias y hongos en la boca, aumentando el riesgo de infecciones bucales y caries. Además, estas bacterias contribuyen a problemas como el mal aliento (halitosis), que afecta tanto a la salud como a la calidad de vida de quienes lo padecen.
Otra consecuencia importante es el impacto en la articulación temporomandibular (ATM), que conecta el cráneo con la mandíbula. El estrés mecánico repetitivo de morder las uñas puede derivar en molestias como dolor mandibular, cefaleas e incluso problemas auditivos. Este hábito también puede agravar el bruxismo, el acto involuntario de rechinar los dientes, exacerbando el desgaste dental y los trastornos relacionados.
La onicofagia no distingue edades y afecta a niños, adolescentes y adultos por igual. Es fundamental acudir al dentista para evaluar los posibles daños asociados y prevenir complicaciones mayores. Además, un enfoque multidisciplinario que incluya el manejo del estrés y la ansiedad puede ser clave para erradicar este hábito y proteger tanto la salud dental como el bienestar general.
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